…Los tiempos que no llenan los enfermos quedan reservados para la oración. Cuando encuentra un espacio libre escapa hacia la capilla para dar rienda suelta a su deseo de Dios, en la noche, cuando los ruidos de la vida se acallan y parece más fácil escuchar el soplo del Espíritu.
Con frecuencia, mientras ora escucha el quejido de algún enfermo y se le clava en el alma. Es el dolor del hombre que viene a mezclarse con su gustar a Dios. Es el misterio de inmensidad divina y la pobreza humana siempre unidas, inseparables… Aquél misterio que ya intuía de niña ante la imagen de la Dolorosa, en su capilla de Reus. Misterio que ahora se le hace existencial, pues María Rosa sufre con el hombre, sufre al hombre y sufre a Dios incomprensiblemente, al mismo tiempo que lo goza.
Le quedan también momentos para terminar tareas que no ha podido completar durante el día y para llenar aquellos vacíos que alguna hermana no pudo llenar. Tiene tiempo para lo suyo y para “cumplir cuantos encargos le confían las hermanas”. “Tenía tiempo para sí y para favorecer a las demás con su diligencia, pues parecía que se le prolonga la noche, como el día a Josué”
María Rosa ora durante la noche. Hay muchas noches en que vela con un objetivo diferente, no son los enfermos, no es la obligación de un turno, es sencillamente el orar, estar ante el Señor sin prisas, sin urgencias que esperan. Desahoga en la presencia divina sus deseo de Dios, busca en la oscuridad de la noche un rayo de luz nueva para su propia oscuridad interior. “Aguarda Israel al Señor como el centinela la aurora” (Sal 130, 6).
María Rosa es centinela en la noche que espera la aurora de Dios en su alma.
Otras veces contempla abismada los misterios de Dios, se pierde especialmente en la consideración de la Trinidad. No es la suya una consideración intelectual fría. María Rosa piensa, intuye, admira, ama, desea… Toda la riqueza de su vida interior se abandona en manos de Dios-Padre providente, como niño en brazos de su madre. Se entrega al amor de Dios-Hijo-Esposo que ocupa por completo su corazón y polariza su vivir. Se deja modelar por el dinamismo del Dios-Espíritu santificador que transforma sus sentimientos y le da luces nuevas para actuar.
Se asombra, también en la noche, ante la Pasión del Dios-Hijo, del Hombre-Dios que asume el dolor de los hombres y lo sufre especialmente en la noche. Durante las noches “en el calvario, a los pies de Jesús” encuentra María Rosa la respuesta para muchas cosas que humanamente no la tienen. Halla el “consuelo y alivio” que necesita para seguir consolando al día siguiente desde su propio desconsuelo. “Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación” (II Cor. 1,5)
Pasa sus noches orantes ante el misterio de la Eucaristía y la contemplación de este misterio le es apoyo suficiente para consumir horas. Horas en silencio ante el silencio de Jesús oculto en las especies del Sacramento.
La presencia eucarística es para María Rosa escuela de silencio, de ese silencio que tanto ama y tanto encomienda a sus hijas.
Jesús, el Hijo de Dios, escucha y asume en silencio los gemidos de los enfermos que llegan hasta la capilla o hasta la Tribuna. ¿Cómo no va ella a asumir luego en silencio los gemidos de la vida…?
En el silencio de la noche, ante el silencio de Jesús en la Eucaristía le crece a María Rosa el deseo de participar en el Sacramento. Por eso cada día permanece “extática en la Santa Misa, olvidada de su dolencias físicas”. Por eso anhela con vehemencia los dáis en que puede recibir la Comunión y después de recibirla, dirá el P. León, “quedaba tan unida a su amado Jesús, que parecía abismada con la posesión real de su Bien”.
Hay otras noches de oración “interesada”. María Rosa busca luz para algún discernimiento, tiene que tomar decisiones y no quiere hacerlo por si misma, por su propio criterio. Busca en la oración el verdadero camino, el que coincide con la Voluntad de Dios. “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Sal. 25,4).
La calma de la noche se le hace propicia para la escucha, para el silencio interior que respeta y escucha las leves insinuaciones del Espíritu. Así nos consta, por ejemplo, que pasó la noche en Mora del Ebro, después de una entrevista con el Obispo tortosino, en la que debieron tratar asuntos de importancia para el Instituto, después de lo cual, “se sabe que la Madre Molas pasó toda la noche en oración en la capilla del colegio, sin que sus hijas lo advirtieran hasta el día siguiente”.
Sin que sus hijas lo supieran, porque esta es otra de las características de las noches en vela de María Rosa. Prefiere guardar en el secreto su trabajo nocturno y su oración. “Gustaba de tener por testigo sólo a Dios”.
María Rosa es también amiga de las vigilias solemnes. Son sus noches de fiesta, de gozo profundo. Se trata de las grandes solemnidades litúrgicas, especialmente Jueves Santo y Navidad. Las prepara con ilusión y delicadeza. La capilla adornada de fiesta, luces, flores, ornamentos varios, todo extra, más allá de lo ordinario.
Por supuesto, en estas ocasiones no quiere estar sola “gustaba mucho que la acompañasen las Hermanas”. Toda la Comunidad celebrando el Misterio. María Rosa vive con la Iglesia y como la Iglesia los misterios de su Señor, por eso quiere hacerlo como cuerpo, como pequeña iglesia comunitaria reunida en fiesta.
Las Hermanas la observan en estas noches de un modo especial y la descubren “extática en tan santos misterios que eran su encanto y más dulces delicias”.
Extática ante el misterio de Dios que se hace niño, María Rosa canta en su corazón y canta con los labios, encerrando en la ingenuidad del villancico toda la emoción de su ser.
Christus natus est nobis
Venita, Venite adoremus
Ha nacido la luna,
ha nacido el sol
la tierra se alegra
con su resplandor.
Extática ante el misterio de Dios-Hombre, que se entrega por amor a la injusticia y al desamor de los hombres.
Cuando ya la quebrantada salud no le permite seguir estas vigilias solemnes, María Rosa quiere y recomienda que las celebren sus hijas, como si ella estuviera. Con su profundo sentido de Cuerpo, se siente presente ante el Señor en la presencia de las Hermanas y éstas sienten la presencia en espíritu de la Madre, que las acompaña y anima a perderse en el Misterio.
Mª Teresa Rosillo, “Por dentro”, p. 129-137