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REUS, NACIMIENTO INFANCIA JUVENTUD





En Reus, ciudad floreciente y comercial del Campo de Tarragona, nace María Rosa Molas y Vallvé, en la calle Padró, número 19. Es el 24 de marzo de 1815, medianoche del Jueves al Viernes Santo.

María Rosa viene a completar la familia de José Molas y María Vallvé, es la pequeña de cuatro hermanos: Antón y María, José y María Rosa. Al día siguiente, por su frágil salud, es bautizada en la Prioral de San Pedro, recibe el nombre de Rosa Francisca María de los Dolores, por sus padrinos y por la devoción de su padre a la Virgen de los Dolores. Hasta su entrada en la vida religiosa será llamada Dolores o “Doloretes”.

Sus padres forman un hogar cristiano en el que aprende la dignidad del trabajo y la virtud de la piedad. Su padre es un artesano del metal, hombre honrado y piadoso. En Reus es conocido como el “hijo de la Dolorosa”, con él visita la capilla de la Virgen de los Dolores, junto a la Prioral, y la ermita de la Virgen de la Misericordia, patrona de Reus. Con frecuencia visita y asiste a los enfermos del Hospital de San Juan, acompañando a su madre, de quien aprende la caridad hecha vida, hasta el punto que muere contagiada del cólera cuando atiende a los infectados en la epidemia de 1834.

En la joven Dolores se va tejiendo la vocación religiosa. Siente que Dios la llama a entregar su vida al servicio de los enfermos y los más necesitados. Por eso en 1831, cuando tiene dieciséis años, manifiesta su deseo de hacerse religiosa pero en su casa no es bien acogida su petición y su padre le responde con una rotunda negativa.

Se inicia para Dolores un compás de espera de diez años, durante este tiempo completa su formación intelectual, moral y religiosa en el colegio de D. Mariano Rius, sigue visitando a los enfermos del Hospital, y allí entra en contacto con las Hermanas de la Corporación de Caridad, presidida pos Sor Luisa Estivill. Tras la muerte de su madre se hace cargo del cuidado de su padre y de la casa.









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PRIMEROS AÑOS DE VIDA RELIGIOSA





El 6 de enero de 1841 es el momento elegido por Dolores para realizar su vocación; tiene veintiséis años, su padre está atendido y acompañado pues en el hogar paterno conviven su hermano Antón con su mujer y sus hijos. Es el momento de la decisión, sale en secreto de su casa y se dirige al Hospital de San Juan, donde las Hermanas de la Corporación de Caridad la reciben con alegría. Al día siguiente toma el hábito de la Hermandad y adopta el nombre de Sor María Rosa. En esta casa permanece los cuatro primeros años de su vida religiosa dedicada al cuidado esmerado de los enfermos, los ratos de oración, las velas nocturnas y una gran variedad de trabajos y encargos que sus superiores le confían.









María Rosa Molas, en el año 1844, es trasladada a la Casa de Caridad, que pasaba por una difícil situación. Aquí ejerce de enfermera, cocinera, maestra y portera, pero su principal tarea es ahora la educativa. Se encarga, con otra hermana, de la educación de las niñas y adolescentes que hay en la escuela de la Casa de Caridad, y más tarde, del “colegio de señoritas”, ganándose la confianza de sus alumnas.



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TORTOSA, CASA DE MISERICORDIA





El 18 de marzo de 1849, María Rosa Molas llega a Tortosa para hacerse cargo de la Casa de Misericordia en el arrabal del Jesús; ha sido destinada por Sor Luisa Estivill como Superiora de la Comunidad, formada por las cuatro Hermanas que le acompañan.

El Ayuntamiento de Tortosa, que conoce el buen hacer de estas Hermanas en Reus, ha solicitado su presencia para hacerse cargo de la casa que se encuentra en muy mal estado, por la falta de higiene, el abandono y la mala gestión. En poco tiempo la casa queda transformada, los asilados, ancianos y niños, limpios y aseados, y se llega a convertir en un lugar de visita y paseo para los tortosinos. En esta casa María Rosa no sólo se preocupa de la asistencia y cuidado de los albergados sino que también, y muy especialmente, procura que no les falte la atención espiritual y religiosa. Muy pronto abre una escuelita para las niñas de los alrededores que no tienen instrucción.

En los años siguientes el Ayuntamiento pide a María Rosa que se haga cargo en Tortosa de la Escuela pública (1851) y del Hospital de la Santa Cruz (1852). En seguida estas casas se transforman gracias a las dotes organizativas de María Rosa y la entrega de las Hermanas.

A diario María Rosa hace el camino que va desde la Casa de Misericordia en el arrabal del Jesús hasta el Colegio y Hospital en Tortosa; los visita para conocer personalmente su evolución y para animar y aconsejar a las Hermanas. Estas nuevas responsabilidades requieren la llegada de nuevas Hermanas, obligan a María Rosa a sacarse apresuradamente el título oficial de maestra y traen consigo, especialmente el Colegio, preocupaciones y sinsabores que van minando su salud.





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FUNDACIÓN DE LA CONGREGACIÓN








Cuando Sor María Rosa entra en la vida religiosa lo hace en una Corporación de Hermanas de la Caridad que proviene de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. La espiritualidad en la que se forma y vive su consagración es vicenciana. Después, con el paso de los años, descubre que la Corporación vive desligada de toda autoridad eclesiástica, que ha roto los vínculos con las Hijas de la Caridad. Habla, sin éxito, con Sor Luisa Estivill y con las hermanas de Reus para buscar una solución.
Es una situación muy delicada que le hace sufrir y le lleva a tomar una decisión crucial. María Rosa siente en su interior lo que ella llama “orfandad espiritual” y un profundo deseo de ser Hija de la Iglesia. Apoyada en la oración y aconsejada por algunos eclesiásticos, discierne con sus Hermanas de Tortosa cuál es la voluntad de Dios. El 14 de marzo de 1857 deciden, las doce Hermanas, solicitar a la autoridad eclesiástica de la Diócesis de Tortosa ser acogidas “bajo su protección y dirección”. Su petición es acogida favorablemente y D. Ángelo Sancho, en calidad de Vicario Capitular y Gobernador eclesiástico, le responde que “es más conforme al espíritu de la Iglesia y al santo fin que se han propuesto, depender en lo sucesivo en lo espiritual de la autoridad eclesiástica ordinaria de la Diócesis”. Posteriormente se nombra a María Rosa Molas superiora de las Hermanas de la Casa de Misericordia, renuevan sus votos y se abre el Noviciado.
El 14 de noviembre de 1858 se le da el nombre de Congregación de Hermanas de la Consolación, dado que “las obras en que de ordinario se ejercitan las Hermanas se dirigen todas a consola…” Después, a partir de 1871, se completa el nombre con la advocación mariana de Nuestra Señora de la Consolación ya que María Rosa Molas quiere poner a la Congregación bajo la protección de la Virgen.







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FUNDACIONES



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La Congregación al poco tiempo de su fundación empieza a ser conocida y a extenderse fuera de Tortosa. El Ayuntamiento de Castellón solicita la presencia de las Hermanas de la Consolación para que se hagan cargo en la ciudad del Hospital, 1859, y de la Beneficencia. A partir de 1862, con el apoyo del obispo de Tortosa, D. Benito Villamitjana, buen consejero de Mª Rosa Molas y gran protector de la Congregación en sus incios, las Hermanas se establecen en numerosas localidades de la Diócesis de Tortosa: Ulldecona, Mora de Ebro, Burriana, Villarreal, Vinaroz, Castellón, Roquetas y Benicarló.

SU ESPIRITUALIDAD



…Los tiempos que no llenan los enfermos quedan reservados para la oración. Cuando encuentra un espacio libre escapa hacia la capilla para dar rienda suelta a su deseo de Dios, en la noche, cuando los ruidos de la vida se acallan y parece más fácil escuchar el soplo del Espíritu.

Con frecuencia, mientras ora escucha el quejido de algún enfermo y se le clava en el alma. Es el dolor del hombre que viene a mezclarse con su gustar a Dios. Es el misterio de inmensidad divina y la pobreza humana siempre unidas, inseparables… Aquél misterio que ya intuía de niña ante la imagen de la Dolorosa, en su capilla de Reus. Misterio que ahora se le hace existencial, pues María Rosa sufre con el hombre, sufre al hombre y sufre a Dios incomprensiblemente, al mismo tiempo que lo goza.

Le quedan también momentos para terminar tareas que no ha podido completar durante el día y para llenar aquellos vacíos que alguna hermana no pudo llenar. Tiene tiempo para lo suyo y para “cumplir cuantos encargos le confían las hermanas”. “Tenía tiempo para sí y para favorecer a las demás con su diligencia, pues parecía que se le prolonga la noche, como el día a Josué”

María Rosa ora durante la noche. Hay muchas noches en que vela con un objetivo diferente, no son los enfermos, no es la obligación de un turno, es sencillamente el orar, estar ante el Señor sin prisas, sin urgencias que esperan. Desahoga en la presencia divina sus deseo de Dios, busca en la oscuridad de la noche un rayo de luz nueva para su propia oscuridad interior. “Aguarda Israel al Señor como el centinela la aurora” (Sal 130, 6).

María Rosa es centinela en la noche que espera la aurora de Dios en su alma.

Otras veces contempla abismada los misterios de Dios, se pierde especialmente en la consideración de la Trinidad. No es la suya una consideración intelectual fría. María Rosa piensa, intuye, admira, ama, desea… Toda la riqueza de su vida interior se abandona en manos de Dios-Padre providente, como niño en brazos de su madre. Se entrega al amor de Dios-Hijo-Esposo que ocupa por completo su corazón y polariza su vivir. Se deja modelar por el dinamismo del Dios-Espíritu santificador que transforma sus sentimientos y le da luces nuevas para actuar.

Se asombra, también en la noche, ante la Pasión del Dios-Hijo, del Hombre-Dios que asume el dolor de los hombres y lo sufre especialmente en la noche. Durante las noches “en el calvario, a los pies de Jesús” encuentra María Rosa la respuesta para muchas cosas que humanamente no la tienen. Halla el “consuelo y alivio” que necesita para seguir consolando al día siguiente desde su propio desconsuelo. “Porque así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo, así por Cristo abunda nuestra consolación” (II Cor. 1,5)

Pasa sus noches orantes ante el misterio de la Eucaristía y la contemplación de este misterio le es apoyo suficiente para consumir horas. Horas en silencio ante el silencio de Jesús oculto en las especies del Sacramento.

La presencia eucarística es para María Rosa escuela de silencio, de ese silencio que tanto ama y tanto encomienda a sus hijas.

Jesús, el Hijo de Dios, escucha y asume en silencio los gemidos de los enfermos que llegan hasta la capilla o hasta la Tribuna. ¿Cómo no va ella a asumir luego en silencio los gemidos de la vida…?

En el silencio de la noche, ante el silencio de Jesús en la Eucaristía le crece a María Rosa el deseo de participar en el Sacramento. Por eso cada día permanece “extática en la Santa Misa, olvidada de su dolencias físicas”. Por eso anhela con vehemencia los dáis en que puede recibir la Comunión y después de recibirla, dirá el P. León, “quedaba tan unida a su amado Jesús, que parecía abismada con la posesión real de su Bien”.

Hay otras noches de oración “interesada”. María Rosa busca luz para algún discernimiento, tiene que tomar decisiones y no quiere hacerlo por si misma, por su propio criterio. Busca en la oración el verdadero camino, el que coincide con la Voluntad de Dios. “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas” (Sal. 25,4).

La calma de la noche se le hace propicia para la escucha, para el silencio interior que respeta y escucha las leves insinuaciones del Espíritu. Así nos consta, por ejemplo, que pasó la noche en Mora del Ebro, después de una entrevista con el Obispo tortosino, en la que debieron tratar asuntos de importancia para el Instituto, después de lo cual, “se sabe que la Madre Molas pasó toda la noche en oración en la capilla del colegio, sin que sus hijas lo advirtieran hasta el día siguiente”.

Sin que sus hijas lo supieran, porque esta es otra de las características de las noches en vela de María Rosa. Prefiere guardar en el secreto su trabajo nocturno y su oración. “Gustaba de tener por testigo sólo a Dios”.

María Rosa es también amiga de las vigilias solemnes. Son sus noches de fiesta, de gozo profundo. Se trata de las grandes solemnidades litúrgicas, especialmente Jueves Santo y Navidad. Las prepara con ilusión y delicadeza. La capilla adornada de fiesta, luces, flores, ornamentos varios, todo extra, más allá de lo ordinario.

Por supuesto, en estas ocasiones no quiere estar sola “gustaba mucho que la acompañasen las Hermanas”. Toda la Comunidad celebrando el Misterio. María Rosa vive con la Iglesia y como la Iglesia los misterios de su Señor, por eso quiere hacerlo como cuerpo, como pequeña iglesia comunitaria reunida en fiesta.

Las Hermanas la observan en estas noches de un modo especial y la descubren “extática en tan santos misterios que eran su encanto y más dulces delicias”.

Extática ante el misterio de Dios que se hace niño, María Rosa canta en su corazón y canta con los labios, encerrando en la ingenuidad del villancico toda la emoción de su ser.

Christus natus est nobis
Venita, Venite adoremus
Ha nacido la luna,
ha nacido el sol
la tierra se alegra
con su resplandor.

Extática ante el misterio de Dios-Hombre, que se entrega por amor a la injusticia y al desamor de los hombres.

Cuando ya la quebrantada salud no le permite seguir estas vigilias solemnes, María Rosa quiere y recomienda que las celebren sus hijas, como si ella estuviera. Con su profundo sentido de Cuerpo, se siente presente ante el Señor en la presencia de las Hermanas y éstas sienten la presencia en espíritu de la Madre, que las acompaña y anima a perderse en el Misterio.

Mª Teresa Rosillo, “Por dentro”, p. 129-137




















DEJAME MARCHAR




Sabemos que la salud de María Rosa siempre fue quebradiza y que padecía frecuentes jaquecas. En los últimos años de su vida se ve privada del descanso nocturno por la fatiga y dificultad para respirar, por ello “era preciso dormir en una silla, apoyada sobre sus manos la cabeza”. A partir de 1876 se agudizan los síntomas: tos, esputos de sangre, hinchazón de las piernas y los pies… a principios de junio sufre violentos dolores de vientre y temblor general. El día antes de morir vemos en María Rosa un gesto de profunda humildad, pide permiso a su confesor para dejar este mundo: – “¡Déjeme marchar!”- A lo que él contesta: -“Cúmplase la santísima voluntad de Dios”. El 11 de junio, domingo de la Santísima Trinidad, a las doce menos cuarto de la noche, a la edad de sesenta y un años, muere María Rosa Molas en la Casa de Misericordia, rodeada de sus Hermanas.



RETABLO-SEPULCRO


Los restos de Santa María Rosa Molas se encuentran en la Iglesia de esta Casa Madre de la Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. El 10 de junio de 1977 fueron trasladados del sepulcro que estaba en el suelo a este retablo, obra del artista castellonense Vicente Llorens Poy. En este retablo se conjuga la sobriedad y la elegancia, la sencillez y la fuerza. Está realizado en paneles de bronce y bloques de piedra rosada. En el centro un altorrelieve de María Rosa en actitud de acogida y sencillez, a su alrededor se distribuyen los demás elementos a distintas profundidades.

Los bloques de piedra presentan grabados, con trazos muy finos, los campos apostólicos de la Congregación: evangelización ad gentes, acción social, educación de la juventud y pastoral sanitaria. Los paneles de bronce dispuestos en la parte externa representan los pilares que sustentan la obra de la Madre: la contemplación simbolizada por la tribuna donde ella pasaba noches de oración, y la caridad por la figura de una mujer que acoge y protege a un niño. Es el equilibrio entre la acción y la contemplación, entre Marta y María. A la izquierda, en la parte inferior, otro panel de bronce presenta el lema que hizo vida la Madre: “Vivir en un ambiente de caridad, morir víctima de la caridad”. Completan el retablo bloques más pequeños de piedra sin ningún motivo decorativo que abren una puerta al futuro soñando nuevas realidades en las que se encarnará la Consolación.

Debajo del retablo, realizado en bronce, está el sarcófago sobrio y sencillo que tiene grabado el nombre de María Rosa Molas y Vallvé.



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BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN




Después de la muerte de María Rosa Molas se recogen por escrito testimonios de las personas que la conocieron: Hermanas que convivieron con ella, sacerdotes, su maestro… Desde el primer momento es invocada por Hermanas y fieles y se reciben gracias por su intercesión.

Los procesos sobre la fama de santidad, las virtudes y los milagros de María Rosa Molas y Vallvé se inicia en la diócesis de Tortosa en 1834. Más tarde, en 1941 se aprueban sus escritos. Pío XII es el Sumo Pontífice que promulga el Decreto sobre la introducción de la Causa en 1951. En 1963 se publica la “Positio super virtutibus” sobre la heroicidad de las virtudes de la Sierva de Dios. Tras su discusión, el 4 de octubre de 1974, Pablo VI promulga oficialmente a María Rosa Molas como VENERABLE. Este mismo pontífice en 1977 aprueba el Decreto que reconoce los dos milagros atribuidos a la intercesión de María Rosa Molas: las curaciones milagrosas de Dña. Elvira Ruiz y Madre Sagrario López.

El 8 de mayo de 1977 es proclamada BEATA por Pablo VI en la Basílica de San Pedro y se fija su fiesta litúrgica el día 11 de junio.

El 11 de diciembre de 1988, en la Basílica de San Pedro, es proclamada SANTA por el Papa Juan Pablo II.


El milagro del dedo de Dios

El milagro de la Canonización tiene lugar en tierras venezolanas, en Caicara del Orinoco, donde las Hermanas de la Consolación atendían un Centro Asistencial Indígena para los indios panares. La Sagrada Congregación que lo reconoce lo llama “un milagro evangélico” porque tiene el sabor de las narraciones evangélicas:

“Salió un hombre a pescar, un pobre entre los más pobres de Caicara del Orinoco…. Y se llevó consigo lo mejor que tenía: su hijo de cinco años, William. Y pasó el día pescando en la laguna”. La pesca fue abundante, entre los peces también había pirañas voraces. En un descuido del padre, William coge una piraña por la cola con la mano izquierda y le da un golpe con la derecha como hace su padre para matarla pero no tiene fuerza y el pez se revuelve y le arranca de cuajo el dedo meñique de la mano izquierda. A toda prisa su padre le envuelve el dedo en un trozo de su camisa y regresa al rancho. En casa su padre abre el buche de los peces hasta encontrar el dedito, a su mujer le parece inútil y lo tira sobre unas tablas en la cocina. En el Centro de Salud no lo pueden atender en seguida porque el Dr. Gómez atiende a otro paciente. Cuando por fin llega el doctor no se le ocurre otra cosa que pedirles el dedito amputado. Una vecina que les acompaña vuelve a la casa a buscarlo y lo encuentra lleno de hormigas, después de limpiarlo regresa al Centro de Salud y el D. Gómez, encomendándose a María Rosa Molas, realiza el injerto con los escasos medios de que dispone. Luego le dice a su madre que rece a María Rosa para que su hijo se cure. Su madre así lo hace y con los días William va recuperando la movilidad y sensibilidad en su dedo. Otros médicos estudian el caso y coinciden en que es inexplicable el éxito de este injerto que requería de microcirugía. Después de ser estudiado en Roma el caso por la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos los teólogos y médicos confirman que “el dedo de Dios” está ahí por intercesión de María Rosa Molas.






CONSOLAD, CONSOLAD A MI PUEBLO ...




“Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación para poder nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo que recibimos de Dios” (2 Cor 1, 3-4)

El mundo de hoy necesita que sigas, como lo hizo Santa María Rosa Molas, dando vida al Carisma de la Consolación.



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